En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
“Vosotros sois la sal de la tierra”, “Vosotros sois la luz del
mundo”, dos símbolos que no necesitan demasiadas explicaciones. Como la
sal da sabor a la comida, los cristianos estamos llamados a dar sabor a
la vida. Basta un poco de sal, un kilo de alubias, no necesita un kilo
de sal, el exceso de sal es perjudicial. No sé, si durante muchos años,
hemos querido llenar el cuerpo social, de la sal religiosa y eso ha
producido una subida de tensión o una comida que era difícil de
asimilar. El ama de casa sabe que hay que dar sabor, pero sin pasarse,
el Evangelio es lo que da sabor a la comunidad humana.
Tenemos que aprender a vivir en minoridad, la sal se diluye en los
alimentos y nos enseña la humildad. Nos lo repite Jesús en otros textos:
El Reino es semilla, levadura, grano de mostaza…, no nos deja lugar al
triunfalismo, parece decirnos: con poco-mucho. No necesitamos el
aplauso, sino el testimonio, la autenticidad, el compromiso: “¿Por qué
si la sal se vuelve sosa. No sirve más que para tirarla fuera y que la
pise la gente?”. El Reino crece, cuando nosotros los cristianos, desde
el mensaje y dentro del mundo, aportamos los valores y la energía del
Evangelio.
Somos también luz. Cuando no teníamos luz eléctrica, todos sabíamos que
el candil, había que ponerlo bien alto, si queríamos iluminar cualquier
estancia. En la oscuridad del mundo, en los momentos difíciles de la
existencia, cuando parece que andamos ciegos, nosotros apuntamos la
aurora. Como nos dice la primera lectura de Isaías: “Parte tu pan con el
hambriento, hospeda a los pobres, viste al que va desnudo, y no te
cierres a tu propia carne. Entonces romperá la luz como la aurora,
enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás
irá la gloria del Señor. Cuando destierres de ti la opresión, el gesto
amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y
sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu
oscuridad se volverá mediodía”.
La luz, es un tema recurrente en los textos bíblicos y en nuestras
celebraciones. Jesús es la luz y a nosotros se nos llama a vivir como
hijos de la luz: “Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean
buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. No es
fácil, dar luz a las diversas situaciones de la vida, aportar lo que
vivimos y hacerlo, como les recuerda San Pablo a los Corintios en la
segunda lectura: “Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de
Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre
vosotros me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo y éste
crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi
predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la
manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye
en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.
Ser sal y luz es vivir en la pequeñez, ser testigos, acompañar a los que
tenemos a nuestro lado, en la familia, el vecindario, el trabajo,
recordándoles nuestra sencilla fe, que es lámpara frágil, comida
cotidiana sabrosa. Nuestra fe, es el esfuerzo por ver y hacer ver, llama
de amor viva, faro en el mar, foco en el sendero, luna llena en la
noche, poco más y poco menos, lo que hace que nuestra vida, tenga
dirección y sentido. Ofrecérselo a otros, sin mucha elocuencia sino
haciendo que nuestras actitudes, nuestros gestos y acciones, hablen por
sí mismos, es el mejor método evangelizador.