En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
En un mundo donde sobran las palabras y hablan los hechos, nuestra
esperanza toma cuerpo en nuestras actitudes y comportamientos en la vida
cotidiana. La esperanza, motor de vida en un mundo desesperanzado,
actúa por medio de hombres y mujeres que viven con una conducta llena de
esperanza, a pesar de las fragilidades y errores personales y sociales.
Esa conducta esperanzadora es lo que nos dice Pedro en su primera
carta: Mejor es padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal.
Tanto el actuar bien como el actuar mal lleva un padecer. Sin embargo,
el bien actuar conlleva la solidez humana mientras que el mal actuar
conlleva la miseria humana. El padecer permanecerá, pero será vivido de
maneras distintas.
El pasaje evangélico de este domingo nos lleva al contexto de la
Última Cena, en la que Jesús deja su testamento a los discípulos. En
este testamento, Jesús propone unir nuestra vida con su vida, guardando
sus mandamientos. Estos mandamientos han quedado sintetizados en el
mandamiento del amor. Y el amor se expresa en las acciones, se adapta a
cada situación, sabe discernir qué es lo bueno, lo bello, en ese
momento.
Y quien une su vida a la vida de Jesús, recibe lo que Jesús pide al
Padre que nos envíe: el Espíritu, el Defensor. El defensor es el que
defiende del Enemigo, de aquel que roba la vida. Este defensor que nos
protege de la muerte, de la no-vida, es el Espíritu de la Verdad. Este
Espíritu es la fuerza que nos lleva a ser verdaderos, auténticos. El
hombre auténtico es aquel que transparenta en su vida lo que le
caracteriza como persona: el amor. Lo que caracteriza al hombre es el
amor, el buscar el bien. Todo lo que no sea amar, buscar el bien, es una
mentira. Pero hemos de afrontar una realidad de nuestro mundo: en un
mundo donde la mentira campea, la verdad se paga a precio de
sufrimiento.
Frente al poder de la mentira, del dinero, de la muerte, de la
no-vida, de la falsedad y el postureo… la verdad se presenta como el
mejor acto de amor a nuestro mundo.