Los confirmandos, nerviosos, viviendo sus últimos minutos antes de recibir el Espíritu Santo, los padrinos, deseando ser testigos de la fe de sus ahijados en este día, las familias, emocionadas y alegres en este día, el vicario, dispuesto a decirles “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo”, los sacerdotes celebrando este acontecimiento tan importante en el seno de la Iglesia, el coro terminando de calentar las voces y afinar guitarras... y lo más importante, El Espíritu Santo, al que llamábamos para que mandase su luz desde el cielo, para que fuese descanso de nuestro esfuerzo, que reconforte nuestros duelos, que sane el corazón enfermo, infunda calor en una vida de hielo, que le de al esfuerzo su mérito y que guie a aquel que se tuerce en el sendero...
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Nada les puede ya detener... confirmados en su fe, nadie ni nada les podrá separar del Amor de Cristo.
¿Quién nos separará de su amor?
¿La tribulación o quizá la espada?
Ni muerte ni vida nos separarán del amor en Cristo, nuestro Señor.
¿Quién nos separará de su paz?
¿la persecución o quizá el dolor?
Ningún poder nos separá de quien murió por nosotros.
¿Quién nos separará de su gloria?
¿Quién nos separará de su perdón?