Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
Lo que nos dice...
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El amor no tiene nada que ver con la mirada egoísta que se termina en el otro y que sólo busca su propio placer. El amor es expansivo por sí mismo. Se expande como el universo y crea y recrea la vida continuamente en torno a él. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Ese amor, puesto en el trasfondo de Dios es para siempre y para todo. Sin límites de ningún tipo. Es una aventura y un compromiso total. Pero, la realidad es que no siempre somos capaces de controlar nuestra propia vida. A veces la aventura se convierte en un desastre. Y lo que empezó bien termina mal. Esa es la realidad que podemos constatar todos los días. No es falta de buena voluntad ni de disposición. Es la presencia de la debilidad y la fragilidad en nuestra propia vida. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
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Por ello, no hay que olvidar la misericordia. Hay que ser muy comprensivos con las personas. Hay que ofrecer salidas para situaciones desesperadas. Dios no quiere el sufrimiento de nadie sino que seamos felices. Y los errores cometidos no deben ser condenas para siempre. Nunca es así en el Evangelio y nunca debe ser así entre nosotros.