Con el corazón en el domingo

"Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros"
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Es Navidad. Estamos envueltos en las luces, las celebraciones familiares y tantas otras cosas que son típicas de este tiempo. Pero la noche del 24 y el día 25 ya se nos han quedado un poco lejos. Es tiempo para, pasada la sorpresa inicial, pensar con un poco más de tranquilidad en lo que estamos celebrando.
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Lo que nos dice el Evangelio...

¿Por qué escogió nacer entre los más pobres? ¿Por qué no nació en una familia rica e influyente? ¿Por qué no en una familia sacerdotal? ¿Por qué nace fuera de la ciudad santa, Jerusalén –quizá no sea una casualidad dado que también murió fuera de sus murallas y como un blasfemo y un maldito–? Su propio pueblo le dejó en la calle, no supieron o no quisieron acogerlo. Y tuvo que irse a un pesebre porque no había posada para ellos. Ninguno de esos hechos es accidental. No podemos pensar que Dios dejase nada al azar. Quiso nacer ahí y así.

Así, de esa manera, es como Dios quiere ser luz para la humanidad y faro de esperanza. Así, de esa manera, quiso acercarse a nosotros. Se hizo uno de nosotros. Con todas las limitaciones que tiene nuestra pobre vida, sometida a la enfermedad y la muerte, a la opresión, al desamor, al odio. Quiso empezar desde abajo. Desde muy abajo. Cerca de los humildes, de los marginados, de los que no cuentan nada. ¿Será que para él son los que más cuentan? ¿No será que Dios ve el mundo y la humanidad de una manera bastante diferente de como lo vemos nosotros? Quizá para él el mundo está al revés

Para nuestra vida...

Qué el niño Jesús eche raíces en nuestros corazones y que haga crecer en nosotros la verdadera humanidad, hecha, como Dios mismo, de misericordia, de justicia, de paz. Pero siempre empezando por abajo. Como lo hizo él cuando se quiso hacer uno de nosotros. Ahora es posible que entendamos mejor, un poco mejor, lo que significa que “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.