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¿Por qué escogió nacer entre los más pobres? ¿Por qué no nació en una familia rica e influyente? ¿Por qué no en una familia sacerdotal? ¿Por qué nace fuera de la ciudad santa, Jerusalén –quizá no sea una casualidad dado que también murió fuera de sus murallas y como un blasfemo y un maldito–? Su propio pueblo le dejó en la calle, no supieron o no quisieron acogerlo. Y tuvo que irse a un pesebre porque no había posada para ellos. Ninguno de esos hechos es accidental. No podemos pensar que Dios dejase nada al azar. Quiso nacer ahí y así.
Así, de esa manera, es como Dios quiere ser luz para la humanidad y faro de esperanza. Así, de esa manera, quiso acercarse a nosotros. Se hizo uno de nosotros. Con todas las limitaciones que tiene nuestra pobre vida, sometida a la enfermedad y la muerte, a la opresión, al desamor, al odio. Quiso empezar desde abajo. Desde muy abajo. Cerca de los humildes, de los marginados, de los que no cuentan nada. ¿Será que para él son los que más cuentan? ¿No será que Dios ve el mundo y la humanidad de una manera bastante diferente de como lo vemos nosotros? Quizá para él el mundo está al revés
Para nuestra vida...
Qué el niño Jesús eche raíces en nuestros corazones y que haga crecer en nosotros la verdadera humanidad, hecha, como Dios mismo, de misericordia, de justicia, de paz. Pero siempre empezando por abajo. Como lo hizo él cuando se quiso hacer uno de nosotros. Ahora es posible que entendamos mejor, un poco mejor, lo que significa que “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.