
Lo malo del Evangelio –y de Jesús– es que, una vez que lo hemos conocido, no hay forma de quitárnoslo de delante. Su sueño sigue ahí y algo –quizá su Espíritu– nos dice por dentro que es el único camino como nosotros, la humanidad, podremos encontrar nuestro verdadero y auténtico espíritu. Que la fraternidad, sentirnos y saber que somos de verdad hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo Padre, es una realidad más real que todas nuestras ideologías.