Con el corazón en el domingo

Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob." No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»


A pesar de lo difícil que es enfrentarse a la propia muerte, Jesús morirá poniendo su confianza en Dios. Por eso, Jesús es capaz de reafirmar su fe en el Dios de la Vida ante aquellos saduceos que le vinieron con una historia tan novelesca. Deja claro que Dios es Dios de vivos y no de muertos. Aunque no veamos, aunque no sepamos, confiamos en Dios y en él ponemos nuestra esperanza.
 
El que vive en la esperanza de la resurrección va sembrando vida con sus palabras, sus gestos, sus decisiones... Es capaz de compartir lo que tiene y lo que vive porque se sabe hermano y compañero de camino en esta peregrinación hacia la casa definitiva, la del Padre, que es nuestra vida. Ahí es donde se juega nuestra fe y nuestra esperanza. No nos dejan paralizados y volcados hacia un futuro que no sabemos cuando llegará sino que nos hacen activos y comprometidos con la vida y la esperanza de nuestros hermanos y hermanas.