El Rey Herodes fue alertado por los magos de Oriente del nacimiento del Rey de Reyes. Con astucia y con mentira quiso engañarlos al sentir amenazado su trono. Cuando sus planes no dieron el fruto por él previsto, desató su ira contra los más inocentes.
Querido Herodes:
Sí, has oído bien, he dicho “querido”, porque, a pesar de ser quien eres debo quererte.
Debo quererte, porque así nos lo mandó Aquél a quien tú perseguiste y por quien mataste a tanto niño inocente: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” Debo quererte, porque por tu miedo a perder el poder, pretendiste matar a nuestro salvador, a tu propio salvador y no hiciste más que reafirmar su poder y tu propia destrucción. Y debo quererte, porque nos has dado la ocasión de valorar mucho más todo lo que tú no pudiste eliminar: la fuerza del amor, de la entrega y del perdón.
... Pero también yo abuso del otro, y mato la Navidad, cuando paso por encima de él para tener un mejor puesto en mi trabajo; cuando le critico o le difamo; cuando sólo muestro a los demás sus faltas o empequeñezco sus méritos. Mato la Navidad cuando yo, con mi egoísmo, no me acuerdo del que no tiene; olvido al pobre y no comparto lo que tengo; me alejo del sufrimiento cerrando los ojos al dolor del mundo y me dejo llevar por el derroche y la ociosidad.
¿No soy entonces un Herodes como tú?