Con el corazón en el domingo: IV de Cuaresma

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).» Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: « ¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.» Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.» [...]
 
¡Vaya, avanza la Cuaresma!. De las tentaciones pasamos a la transfiguración y de ahí al encuentro de Jesús con la samaritana. Al final, si nos fijamos, toda la Cuaresma se orienta a hacer memoria intensa de aquellos días de Pascua en Jerusalén en que a Jesús le tocó vivir su Pascua personal.
Este domingo, trae a nuestra memoria el relato de la curación de un ciego de nacimiento. Por en medio andan los fariseos que ponen en duda no sólo el milagro sino la nueva capacidad de ver que ha adquirido el ciego. Para ellos no basta con ver, con tener los ojos bien y distinguir las figuras y las formas. Además, hay otra forma de ver, de conocer, de interpretar las formas que se ven. Los fariseos dicen que el ciego ha nacido como fruto del pecado y que por eso no puede entender con claridad lo que ve. Sin embargo, el ciego no peca de imprudente. Recupera la vista física gracias a la acción de Jesús. Es plenamente de que estaba ciego y de que en un momento determinado ha comenzado a ver. Antes no veía y ahora ve.

Los fariseos tienen ganas de hurgar, está claro. Le preguntan lo que piensa y el antiguo ciego dice lo que es obvio. El que hace el bien, el que devuelve la vista a los ciegos, no puede ser más que un profeta. Ha dado un paso más. Pero todavía queda un paso más. Le falta el reencuentro con Jesús. Ahí se produce un momento de diálogo entre los dos, de encuentro en la intimidad, que termina con la confesión de fe: “Creo, Señor”.

Así, hemos descubierto a Jesús como el que da sentido a todo lo que hacemos, a nuestra forma de relacionarnos con los demás, al trabajo, al estudio... Jesús anima toda una forma de vivir siempre de acuerdo con el Reino. Y nosotros, habiéndonos encontrado con él, nos comprometemos a vivir de esa manera. Porque entendemos que vale la pena, que es el mayor tesoro que podemos tener en la vida, que lo demás es basura en comparación con Cristo.