Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23,34)
Es difícil perdonar. El dolor, el orgullo, la propia dignidad, cuando es violentada, grita pidiendo “justicia”, buscando “reparación”, exigiendo “venganza”… pero, ¿perdón?
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Me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz… porque eres capaz de seguir viendo humanidad en tus verdugos. Porque eres capaz de seguir creyendo que hay esperanza para quien clava en una cruz a su semejante. Porque, esta palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna: el hombre, todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar en las circunstancias más adversas. Y todo ser humano, hasta el que es capaz de las acciones más abyectas, sigue teniendo un germen de humanidad que permite que haya esperanza para él. Y atreverse a verlo es hermoso.
Piensa...
Casi sin saber, solemos pronunciar esta palabra de Jesús con un tono soberbio, como quien nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para decir: "que Dios te perdone... yo no"; sin saber que por esta suplica de Dios a Dios, nuestros pecados fueron perdonados.
Nosotros somos los que crucificamos a Jesús y lo hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas altaneras y mil cosas más. Esta oración al Padre, no es para mi vecino, o para aquel que no trago en la comunidad, es para mi... porque no se lo que hago.
- ¿Has perdonado alguna vez? ¿Has sido perdonado?
- ¿Hasta qué punto crees que la gente puede equivocarse y seguir siendo digna de confianza?
- Dios también te sigue perdonando hoy, por cosas que en tu vida destruyen, rompen, hieren a otros, a tu mundo... por tu pecado.