Con el corazón en el domingo: Ascensión

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Las Ascensión del Señor nos colma de esperanza.

Si Cristo, que es la cabeza, entra en el cielo, ¿qué otra cosa podemos esperar los que somos miembros de su cuerpo? Jesús nos abre camino para el cielo. Con audacia y realismo nos preguntamos: ¿Pero nos lo creemos? Pues que se note que nos encandilan más los bienes de arriba que las humanas vanidades de riquezas, de deleites, de poderío.

También nosotros queremos ascender siempre. Ascender es crecer, ir hacia arriba. Es huir de lo vulgar, de lo mediocre, de lo frívolo, para llenarnos de ideales, de sueños, de utopías. Es aspirar a la plenitud humana de la verdad, de la libertad, de la belleza. Sólo en el cielo encontraremos esta plenitud; mientras tanto, mirar al cielo, donde está Jesús, tira de nosotros hacia lo más noble, lo más humano, lo más divino.