Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»

Una vez que los discípulos, por boca de Pedro, han confesado que Jesús es el Mesías, éste comienza con ellos una catequesis personalizada y que se concreta en el primer anuncio de su pasión. Esto choca frontalmente con las expectativas de un mesianismo triunfante, que somete con poder y fuerza a los enemigos de Israel. Jesús no deja de hablar de victoria, pero de un modo completamente distinto al que esperan los discípulos: primero tiene que ir a Jerusalén, someterse, padecer, incluso ser ejecutado. El triunfo sólo vendrá después de la completa derrota, mediante la resurrección “al tercer día”.
Por eso, hoy, el “no” de Pedro nos tiene que hacer reflexionar. El mismo Pedro que nos representaba en la confesión de fe, nos representa también en el rechazo de la cruz. Y esta contradicción nos descubre que el camino cristiano es un camino complejo, en el que existen distintos momentos, todos ellos necesarios, pero insuficientes si los separamos entre sí. Pedro es bienaventurado porque ha comprendido en la fe y ha confesado la verdadera identidad de Jesús y, gracias a ello, ha recibido un nombre nuevo y una misión. Pero hoy comprendemos que confesar de manera ortodoxa, con ser fundamental (es el fundamento), no es suficiente si no se da el paso de aceptar la cruz que esa confesión lleva consigo. Si aceptamos a Jesús como el Mesías, tenemos que aceptar el mesianismo que él nos propone, no el que nosotros queremos soñar o imaginar