Nadie dijo que fuera fácil. Jesús nos
seduce, y nos provoca, nos instala y nos desinstala, nos llena de calma y nos mete de lleno en la tormenta. También el
resucitado aparece de modo enigmático. No se le reconoce, y cuando se le
reconoce, se vuelve a ir. Te enciende por dentro, y luego no aparece, se le
adivina en algunos momentos y se le añora en otros. Y quizás esa tensión es
lo más necesario para mantenernos vivos tras sus huellas.
“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque
ocultando estas cosas a los entendidos, se las revelaste a los ignorantes” (Mt
11, 25)
Así me siento a veces,
Señor. Asombrado por la lógica de tu evangelio, pero poco incapaz para
aplicarla. Deseoso de amar sin límites, pero sin saber muy bien
cómo salir de mi amor pequeño. Sobrecogido por la verdad que se adivina en las
bienaventuranzas, pero al tiempo seducido por esas otras promesas de este
mundo. Así me vivo, Señor, tratando de entenderte desde las entrañas y el
corazón, de respirar al ritmo de tu latido en las vidas. Queriendo reconocerte
en el día a día. Y, reconociéndote, amarte y seguirte.
ENTRE
LA VALENTÍA Y EL TEMOR
Jesús les dijo: Id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea,
donde me verán” (Mt 28, 10)
Así vivo el evangelio. En
ocasiones me llena de coraje, de impulso, de energía.
Entonces parece que no hay obstáculo grande. Cada proyecto parece asequible. Y
siento que, contigo, todo lo puedo. Gritar tu nombre, luchar por tu Reino, amar
al prójimo, gastar la vida… y otras veces me asusta todo eso. Me da miedo el
silencio, la soledad, el fracaso, el rechazo, la pobreza o el dolor. Me asusta buscarte y no encontrarte.
Me aterra perderte. Y así me vivo, Señor, dando pasos, a veces vacilante, otras
seguro. Queriendo seguir tu camino. Y, encontrándote, sentirme en casa.
ENTRE
TU FUERZA Y MI DEBILIDAD
El señor me respondió:
“Te basta mi gracia, mi fuerza se realiza en la debilidad”. Por
eso, muy a gusto, presumo de mis debilidades, porque así se realizará en mí la
fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9)
Hay ocasiones en que te
siento fuerte en mí. Otras en que no me siento capaz de nada. Días
en que Tú eres mi fortaleza, mi baluarte, mi roca, mi seguridad, mi
resurrección; otras en que eres mi grito, mi llanto, mi cruz y mi herida. Y
otras en que ni te siento. Hay días en
que creo que mis brazos pueden ser refugio y casa para acoger a quien se sienta
hambriento de prójimo. Y otras en que esos brazos míos ni se levantan para pedir
ayuda.