En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
En el breve texto del Evangelio de hoy podemos contemplar una síntesis
del ministerio de Jesús en un momento de máxima intensidad. Jesús, en
efecto, despliega una actividad formidable, hasta el punto de que no da
abasto y, como hemos visto en las semanas precedentes, tiene que acudir a
la ayuda de sus discípulos más cercanos, a los que hace partícipes
activos de su misión.
Pero, pese a la intensidad de esta dedicación misionera, Jesús no cae
en el activismo despersonalizador. A la vuelta de los apóstoles, Jesús,
que previamente los ha aleccionado con la Palabra viva que él mismo
encarna, sabe también prestarles atención, acogerlos y escucharlos. No
es un mero organizador, un estratega que mueve a sus peones,
explotándoles como si fueran máquinas; es un maestro y un pastor que se
preocupa personalmente de sus seguidores, de sus discípulos, de sus
amigos (cf. Jn 15, 13-14). Por eso, además de hablarles, instruirlos y
enviarlos, Jesús los escucha, deja que le expresen sus preocupaciones y
temores, y también, como en el caso de hoy, sus alegrías y sus éxitos. Y
no sólo, se ocupa también de procurarles tranquilidad y descanso. No
sabemos cómo pasaba Jesús con sus discípulos estos momentos de asueto,
que hemos de suponer que serían tiempos de oración, contemplación y
encuentro personal. En los asuntos del Reino de Dios también hay que
saber “perder el tiempo”, siquiera, como dice hoy Jesús, “un poco”,
porque en el centro de este Reino no está la actividad frenética o un
plan de conquista del mundo, sino la persona concreta, a la que esa
actividad debe servir.