Testimonio Pascua Juvenil: El sol sale por tí y el agua refresca por tí

La vida suele tener cosas extrañas, misterios, dudas, incógnitas… ¿Cómo explicar algo tan grande como la Pascua con simples palabras? ¿Cómo sentir tantas cosas en cuatro simples días? ¿Cómo respirar cuando las emociones no te permiten para de llorar?

Toda aventura empieza con un viaje, durante la Cuaresma, sólo nos daban malas noticias: Que nadie iba a venir, que íbamos a ser poquísimos, que por no venir, no venían ni monitores, que no sería igual… Sinceramente, me alegro de que no haya sido igual. Después de eso, se te quitan los ánimos, hasta que algo que no sabes muy bien que es, dentro de ti te dice que tienes que hacerlo, que tienes que ir a por todas, que no te puedes quedar en casa, que tienes que salir al mundo, que tienes que vivir desde muy dentro lo que es realmente la Pascua, que no puedes mirar la vida desde fuera. Y saltas. Piensas que es una locura, pero después de escuchar eso dentro de ti, no puedes seguir tu vida como si nada.

El viaje termina y al llegar nos invitaron a la mesa de Jesús. Yo tenía muy claro por lo que iba, para sentir a Dios de nuevo, estar junto a Él y vivir de verdad, salir de la rutina… Así que alcé la copa y desde lo más hondo grité: SÍ JESÚS, acepto tu invitación porque cada mañana el Sol sale por ti, el agua refresca por ti, la comida tiene un sabor especial por ti. Aquí estoy, por y para ti. El jueves nos enseñaron que Dios acoge todos, te da una segunda, tercera y cuarta oportunidad, que te mira a los ojos, te coge la mano, y despacio te susurra al oído: Yo te perdono, todas las veces que necesites, hoy, mañana y siempre.  Estoy aquí, no me importa lo que pasó ayer, me importa tu hoy y nuestro mañana. En mi mesa siempre hay sitio para ti, ven y siéntate a mi lado. 

Después de aceptarnos, nos servimos los unos a los otros en el lavatorio y nos comprometimos a entregarnos en cuanto descubrimos que no tenemos nada que pedir, y sí tanto para dar… Esa noche, acompañamos a Jesús, sentimos muy dentro su soledad, su miedo, lloramos con Él, pero también vivimos su sacrificio y en nuestro interior resonó con la fuerza de mil rayos, que quien entrega su vida, la salva. Llegó el Viernes Santo, y con él, el sufrimiento de la cruz. A pesar del calor, el camino y el peso de la cruz, compartimos la angustia de Dios y nuestras emociones con el resto en el camino de Emaús. Si todos estábamos allí, era por algo, un amor y compromiso que nos unía y necesitábamos expresar. Para el sábado ya no nos quedaban más emociones para mezclar, reímos, lloramos y simplemente, vivimos. Vivimos la resurrección de Cristo, no nos queríamos conformar con menos, después sentirlo muy dentro, de sufrir con el paso de amor que llevó a la muerte, no nos podíamos callar. Gritamos, gritamos muy fuerte que Dios vivía, y no ya no sólo por y para el mundo, ahora vivía dentro de cada uno de nosotros. En ese momento, lo dejamos pasar, entró en nuestro corazón y nada ha vuelto a ser igual, todo ha cambiado. El Sol brilla, y ya sabemos por qué, los árboles nos dan una sombra que ya sabemos con quién compartir, el viento susurra un nombre que ahora nos atrevemos a pronunciar. 

Nos podemos quejar cuanto queramos de que ha sido una pequeña Pascua, pero todos hemos conseguido vivirla con Dios de nuestra mano, así que el resto da igual. Cuando todo se desmorone, lo único que nos quedará será Él y nuestra experiencia, puesto que nadie nos va a quitar lo que hemos vivido entre esas cuatro perfectas paredes. Espero que la buena noticia del telediario de hoy sea que a través de mis palabras, hayas sentido lo mismo que yo y que con tanto amor, no quede sitio para un solo miedo.

Mercedes (San Javier. Murcia)