En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se
las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido
mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que
el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
El evangelio nos sorprende diciendo que las cosas de Dios han
sido escondidas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la
gente sencilla. ¿Pero no es al contrario?: Podemos buscar
muchas justificaciones. Los doctos, los que sabemos de teología, los
sacerdotes, algunos osados dirán que el conocimiento de Dios que tienen
los hombres sencillos es sólo el primer momento, pero que después las
cosas se complican más. Estamos siempre enmendando la plana al mismo
Jesús.
Hay un camino para llegar a Dios, es el camino del hombre
sencillo que está “cansado”, “agobiado”, feliz, alegre, con una vida
compleja de la que hace una ofrenda a Dios. Muchas veces en vez
de sencilla hemos hecho de nuestra fe algo complicado lleno de ritos,
cosas, palabras, premisas que poco tienen que ver con la realidad del
hombre y dificultan la experiencia de Dios.
Sólo Dios conoce al hombre y lo ama tal cual es; y en
consecuencia, sólo el hombre sencillo puede descubrir a Dios en su vida.
Ahora sólo nos queda ver en qué medida separamos la fe de la vida, la
experiencia del conocimiento, el amor del culto, la humildad del
orgullo, la sencillez de lo complicado y así sucesivamente. Los que se
quedan en lo segundo son los “doctos y entendidos” de los que habla el
evangelio de hoy. ¿Dónde estás?, y es que al Padre, “así le ha parecido
mejor”.