Este es un libro sobre las historias. Y sobre el tiempo que permite que
vayamos escribiendo las nuestras. A veces no nos damos cuenta de cómo
nos condicionan el calendario, el reloj, el medio plazo, el largo plazo.
Ni de cómo la forma de vivir el tiempo puede resultar liberadora o, al
contrario, convertirse en una prisión. La primera parte del libro es un
largo capítulo donde el autor reflexiona sobre el tiempo como un
ingrediente que forma parte de todas nuestras vidas. La lectura en clave
temporal de algunos pasajes evangélicos es muy sugerente. A
continuación recorre el año litúrgico como una propuesta para aprender
cuáles son sus acentos, interpretar las historias de sus personajes y
reconocernos en ellas. Por último, en la tercera parte, "hacer de
nuestras vidas una Eucaristía", propone una interpretación en clave
existencial de la Eucaristía, donde el lector se descubre no solo como
testigo, sino sobre todo, como protagonista. Como en sus libros
anteriores, el valor de José María R. Olaizola es la capacidad de tender
puentes entre la fe y la vida cotidiana; y su forma de escribir con un
lenguaje coloquial, cercano, con abundantes ejemplos que remiten al
lector a su propia experiencia. Y al mismo tiempo, permite entrar, como
algo nuevo, en muchos de los contenidos de la fe, vivida y propuesta
como algo muy cotidiano.
"La memoria del Dios niño al que acogemos en la Navidad nos recuerda dónde podemos poner las bases para la alegría verdadera, que es todo lo contrario de la euforia resultona de momentos sin raíz. Es en lo pequeño, en lo frágil, en lo vulnerable que se hace fuerte, donde puede echar raíz una dicha más despreocupada, más profunda, un regocijo más auténtico. Es en los márgenes convertidos en centro. Es en una desnudez que tiene más dignidad que todos los ropajes de las pasarelas de la historia. Y cuando miremos a nuestra vida, ojalá podamos encontrar en ella ese canto profundo, ese villancico vital que brota cuando entiendes alguna vez, y aunque sea por un instante, qué es lo que de verdad importa". (p. 96)
"La memoria del Dios niño al que acogemos en la Navidad nos recuerda dónde podemos poner las bases para la alegría verdadera, que es todo lo contrario de la euforia resultona de momentos sin raíz. Es en lo pequeño, en lo frágil, en lo vulnerable que se hace fuerte, donde puede echar raíz una dicha más despreocupada, más profunda, un regocijo más auténtico. Es en los márgenes convertidos en centro. Es en una desnudez que tiene más dignidad que todos los ropajes de las pasarelas de la historia. Y cuando miremos a nuestra vida, ojalá podamos encontrar en ella ese canto profundo, ese villancico vital que brota cuando entiendes alguna vez, y aunque sea por un instante, qué es lo que de verdad importa". (p. 96)