Con el corazón en el domingo

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

El domingo pasado vimos como se unían a Jesús los primeros discípulos dejando a Juan el Bautista. El evangelio de hoy nos da una versión bastante distinta, la escena es en Galilea, y es el mismo Jesús quien exige el abandono de las redes a cuatro pescadores que conformarán el primer grupo de apóstoles.

El anuncio es claro: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Ha llegado el tiempo, estamos en el momento decisivo del parto, hay que nacer de nuevo, lo que supone una total renuncia y desprendimiento de sí, y ¡cuánto nos cuesta morir a lo viejo que está dentro de cada uno de nosotros! Ese tiempo nuevo se caracteriza por la presencia del Reino de Dios, el Reino es el mismo Jesús y desde la humildad la Iglesia debe anunciar la proximidad del Reino. A partir de Cristo, el Reino ha dejado de ser una utopía o un sueño; es una realidad que “ya está, pero todavía no”, a un paso de todo hombre sincero que desea cambiar de vida. Por eso la conversión, el Reino de Dios, entra en nuestra vida en la medida en que nos abrimos al anuncio de la Buena Noticia (la Palabra) y la ponemos en práctica.