Érase una vez un pueblecito completamente rodeado de árboles.
Los vecinos estaban acostumbrados a salir de sus casas y sortear la multitud de árboles que lo llenaban todo. Les gustaba poder respirar y sentir que sus pulmones se llenaban de aire limpio gracias a todos esos árboles.
Todos los árboles eran milenarios y los ciudadanos conocían el nombre y el fruto de cada uno de ellos.
Un buen día una nueva familia se instaló en el pueblo. A todos les llamó la atención el camión donde traían sus cosas porque llevaban en él un pequeño árbol. En dos días hicieron la mudanza completa y cuando el resto de sus vecinos se dieron cuenta, los nuevos vecinos habían colocado enfrente de la puerta de entrada el árbol nuevo.
Era un árbol pequeño pero muy bonito de hojas verdes y brillantes y tronco duro y dorado.
Los vecinos estaban acostumbrados a salir de sus casas y sortear la multitud de árboles que lo llenaban todo. Les gustaba poder respirar y sentir que sus pulmones se llenaban de aire limpio gracias a todos esos árboles.
Todos los árboles eran milenarios y los ciudadanos conocían el nombre y el fruto de cada uno de ellos.
Un buen día una nueva familia se instaló en el pueblo. A todos les llamó la atención el camión donde traían sus cosas porque llevaban en él un pequeño árbol. En dos días hicieron la mudanza completa y cuando el resto de sus vecinos se dieron cuenta, los nuevos vecinos habían colocado enfrente de la puerta de entrada el árbol nuevo.
Era un árbol pequeño pero muy bonito de hojas verdes y brillantes y tronco duro y dorado.
Todo
los vecinos tenían una gran curiosidad por saber cuál era el nombre de
aquel curioso árbol así como los motivos por los cuales lo habían traído
desde lejos.
Lupita, era una niña que vivía en el pueblo. Tenía 10 años y le gustaba mucho la naturaleza. Muchos días, cuando no tenía colegio, regaba los troncos de los árboles con una regadera. Un día, al llegar al árbol nuevo, se encontró con otro niño regando su tronco y le preguntó:
- Hola, me llamo Lupita. ¿Este árbol es tuyo?
- Hola, yo me llamo Andrés. Este árbol era de mis abuelos.
- ¿De tus abuelos? ¿Y por qué tiene esas hojas tan brillantes? Como es pequeño pensé que tenía pocos años. ¿Cómo se llama?
- Es el árbol de la Sinceridad. Y se mantiene así porque mis padres me han enseñado
como cuidarlo.
- Ah… ¿Sabes? A mí también me gustan mucho los árboles. ¿Podría cuidarlo contigo?
- Eso no lo decido yo. Lo tiene que decidir el árbol.
- ¿El árbol? ¿Y qué tengo que hacer?
- Nada, simplemente seguir siendo Lupita.
El niño se despidió y se fue corriendo para dentro de su casa. Lupita se sintió muy intrigada y decidió ir todos los días a visitar al árbol. Los primeros días Lupita se acercaba, lo miraba, sonreía y lo regaba con el máximo cuidado. Sin embargo, todos los días eran iguales y Lupita ni veía que el árbol creciera ni había vuelto a ver a ver a Andrés
Un día llegó al árbol y vio que le colgaba una manzana roja, brillante, grande, tan bonita y perfecta que parecía de mentira. Cuando se acercó había una etiqueta pequeña que ponía: "CÓMEME".
Lupita abrió los ojos de sorpresa, se pensó mucho qué hacer y como creyó que era por fin la recompensa del árbol se comió la manzana, que por cierto estaba deliciosa.
Nada más acabarse la manzana apareció Andrés y le dijo:
- ¡Hola Lupita! Cuanto tiempo. Vengo a ver mi árbol por si hay frutos. Nos gusta
recogerlos una vez a la semana. ¿Has visto algún fruto aquí?
Lupita no sabía qué decir. Pensó en mentir, pues se sentía culpable porque ese árbol no era suyo y probablemente la etiqueta "CÓMEME" era para su dueño. Pero ella no estaba acostumbrada a mentir. No le gustaba hacerlo por lo que decidió contar la verdad.
Lo siento. Había una manzana, vi la etiqueta que colgaba de ella y me la he comido. - dijo la pequeña muy arrepentida.
Al escucharla, Andrés sonrió y en el árbol comenzaron a crecer multitud de flores.
- Lupita, no todo el mundo es capaz de decir la verdad y por ello el árbol de la sinceridad quiere que sepas que te acepta y que podrás cuidarlo siempre que quieras.
Lupita, era una niña que vivía en el pueblo. Tenía 10 años y le gustaba mucho la naturaleza. Muchos días, cuando no tenía colegio, regaba los troncos de los árboles con una regadera. Un día, al llegar al árbol nuevo, se encontró con otro niño regando su tronco y le preguntó:
- Hola, me llamo Lupita. ¿Este árbol es tuyo?
- Hola, yo me llamo Andrés. Este árbol era de mis abuelos.
- ¿De tus abuelos? ¿Y por qué tiene esas hojas tan brillantes? Como es pequeño pensé que tenía pocos años. ¿Cómo se llama?
- Es el árbol de la Sinceridad. Y se mantiene así porque mis padres me han enseñado
como cuidarlo.
- Ah… ¿Sabes? A mí también me gustan mucho los árboles. ¿Podría cuidarlo contigo?
- Eso no lo decido yo. Lo tiene que decidir el árbol.
- ¿El árbol? ¿Y qué tengo que hacer?
- Nada, simplemente seguir siendo Lupita.
El niño se despidió y se fue corriendo para dentro de su casa. Lupita se sintió muy intrigada y decidió ir todos los días a visitar al árbol. Los primeros días Lupita se acercaba, lo miraba, sonreía y lo regaba con el máximo cuidado. Sin embargo, todos los días eran iguales y Lupita ni veía que el árbol creciera ni había vuelto a ver a ver a Andrés
Un día llegó al árbol y vio que le colgaba una manzana roja, brillante, grande, tan bonita y perfecta que parecía de mentira. Cuando se acercó había una etiqueta pequeña que ponía: "CÓMEME".
Lupita abrió los ojos de sorpresa, se pensó mucho qué hacer y como creyó que era por fin la recompensa del árbol se comió la manzana, que por cierto estaba deliciosa.
Nada más acabarse la manzana apareció Andrés y le dijo:
- ¡Hola Lupita! Cuanto tiempo. Vengo a ver mi árbol por si hay frutos. Nos gusta
recogerlos una vez a la semana. ¿Has visto algún fruto aquí?
Lupita no sabía qué decir. Pensó en mentir, pues se sentía culpable porque ese árbol no era suyo y probablemente la etiqueta "CÓMEME" era para su dueño. Pero ella no estaba acostumbrada a mentir. No le gustaba hacerlo por lo que decidió contar la verdad.
Lo siento. Había una manzana, vi la etiqueta que colgaba de ella y me la he comido. - dijo la pequeña muy arrepentida.
Al escucharla, Andrés sonrió y en el árbol comenzaron a crecer multitud de flores.
- Lupita, no todo el mundo es capaz de decir la verdad y por ello el árbol de la sinceridad quiere que sepas que te acepta y que podrás cuidarlo siempre que quieras.