Con el corazón en el domingo

 [...] ¿O que rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
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Jesús no sólo nos pide que lo dejemos todo. Hay que seguirle. Hay que dejar los lugares conocidos y familiares y lanzarse al camino, a lo nuevo, a lo desconocido. Seguirle es toda una aventura.  Hay algo que no podemos dejar por mucho que nos empeñemos: los recuerdos, las heridas, las cicatrices de los combates que nos va dejando la vida  (todo eso es la cruz que cargamos con nosotros) nos acompañan siempre. Es imposible decir que comenzamos una vida nueva y que el pasado queda olvidado.Jesús nos pide que seamos valientes y agarremos esa cruz. No hay que negar nada.

Al que sigue a Jesús de verdad, dejándolo todo, el corazón se le agranda hasta que se le hace tan grande como el mundo. Ese es el momento paradójico en que habiéndolo dejado todo lo vuelve a ganar todo... es el momento en el que amar es perder y perder, es ganar.