Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»
El Evangelio de Jesús es un espíritu de apertura que,
sin renunciar a las propias convicciones religiosas y morales, incluso
estando dispuesto a dar la vida por ellas, sabe descubrir las huellas
del Dios en todo el mundo. Es esta apertura la que nos enseña Jesús en
el evangelio de hoy cuando, de modo similar a lo que hace Moisés con
Josué, corrige el exceso de celo de Juan: no se debe impedir a otros
hacer el bien en el nombre de Jesús, pues quien “no está contra
nosotros, está a favor nuestro”. Es verdad que en otros momentos Jesús
parece expresar casi lo contrario, cuando afirma que “el que no está
conmigo está contra mí” (Mt 12, 30 y Lc 11, 23). Pero esa contradicción
es sólo aparente, pues la verdadera cuestión es en qué consiste “estar
con Jesús”. No se puede entender este “estar con Jesús” como una actitud
numantina, cerrada y a la defensiva, excluyente y agresiva con toda
forma de diversidad.