Pedrito era un niño muy rígido, necio y testarudo, cada vez que sus
padres le negaban algo o le decían que NO, el se ponía tieso como un
madero y se arrojaba al piso haciendo una verdadera “pataleta”, por ello
lo habían apodado “Pinocho”, porque parecía de madera, y una real
marioneta.
Poco a poco se fue convirtiendo en un hábil manipulador que inventaba cualquier subterfugio con el propósito de obtener lo que quería.
Poco a poco se fue convirtiendo en un hábil manipulador que inventaba cualquier subterfugio con el propósito de obtener lo que quería.
Cuando “Pinocho” creció, su mentira se volvió cada vez más sofisticada, ya podía entre otras, falsificar la firma de su padre para engañar a los profesores en el colegio, falsificar las notas y la firma de la profesora para engañar a sus padres, copiar descaradamente para lograr buenas calificaciones y convencer a compañeros, padres y profesores de su buen comportamiento.
Con el tiempo agrego el robo a sus habilidades, al comienzo eran solo las monedas sacadas de la cartera de su madre, útiles escolares de sus compañeros, pero luego fueron los billetes y las cosas de valor que extraía de la casa.
Su historial delictivo, crecía y por ello sus padres decidieron confiárselo a una psicóloga para su recuperación.
Sin embargo ella poco pudo hacer, ya que igualmente la manipulaba y engañaba constantemente y sabía cubrirse adecuadamente.
Su madre oraba constantemente y le pedía a Dios por que le ayudara a entender su error y a convertirse en un buen muchacho.
Una noche, mientras su madre oraba, una luz intensa ilumino su ventana y una hermosa mujer cubierta con un manto azul sazonado de estrellas, apareció ante sus ojos sonriendo, parecía el hada madrina del cuento dispuesta a conceder el deseo de convertir a Pinocho en un niño de verdad.
La hermosa mujer, no hablo, pero le dio a entender que sus suplicas serian escuchadas por el señor y que aunque tomara algún tiempo, su hijo se convertiría en un hombre de bien, si ella perseveraba en su oración.