Un día Dios puso un globo en la tierra para que todos los que quisieran
subir al cielo a verle pudieran hacerlo. El globo era enorme y en él
podían caber hasta cien personas. Fueron muchos los grupos que
quisieron subir en él. Se formaron largas colas. Pero cuando el globo
estaba lleno de personas listas para volar, no había manera de que el
globo se levantara del suelo.
Por más intentos que hacían por elevarse no tenían ningún éxito. Lo probaron todo; desde llenar el globo con aire muy caliente o desprenderse de todo peso inútil, hasta dar saltos para impulsarlo, pero no hubo manera. Incluso con una sola persona subida en él, no había forma de hacerlo volar.
Por más intentos que hacían por elevarse no tenían ningún éxito. Lo probaron todo; desde llenar el globo con aire muy caliente o desprenderse de todo peso inútil, hasta dar saltos para impulsarlo, pero no hubo manera. Incluso con una sola persona subida en él, no había forma de hacerlo volar.
Fueron tantos los grupos de personas que lo intentaron sin conseguirlo, que al final, todos pensaron que aquel globo no funcionaba. Hasta que llegó un nuevo grupo que nada más subirse a él, subieron al cielo con la velocidad de un rayo. Esto dejó perplejos y admirados a todos.
Cuando bajaron de ver a Dios, otros grupos volvieron a intentar subirse, pero el globo no se elevó ni un palmo del suelo. Otra vez había dejado de funcionar. Rápidamente fueron a preguntarle al grupo de personas que había conseguido subir al cielo qué es lo que habían hecho para que el globo funcionara. Y ellos respondieron:
- Lo único que hemos hecho ha sido querernos como hermanos. Entonces el globo ha subido como un cohete hacia el cielo.
Desde ese momento, todos los grupos de personas que querían ir al cielo para ver a Dios tenían que quererse como hermanos. Sólo así el globo podía funcionar.