En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios,
el Elegido.»
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.»
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.»
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.»
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.»
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
El año litúrgico concluye con la solemnidad de Cristo Rey. La liturgia
nos dice así, gráficamente, que al final Dios, el Bien, la Verdad, la
Justicia y la Vida triunfarán sobre las aparentemente invencibles e
insuperables fuerzas del mal, la mentira, la injusticia y la muerte. En
realidad, dice mucho más: que Cristo ya ha vencido, que ya es Rey del
Universo, y que esa victoria, pese a todas las apariencias, está ya
operando en la historia. Esto es lo que dice la liturgia y la Iglesia
que la celebra al concluir el año.
Lucas lo ha expresado admirablemente en el texto evangélico que hemos
leído, dibujando un escenario perfecto de entronización, en el que no
falta detalle. El pueblo contempla la escena desde una cierta distancia;
cerca del trono en el que se sienta el rey están, rodeándole, las
autoridades civiles y militares, que son las únicas que pueden dirigirse
a él directamente; aunque entre ellos destacan los consejeros más
próximos que le hablan de tú a tú, sin intermediarios ni protocolo. Este
escenario formal, dibujado por Lucas con toda intención, se llena de un
contenido que poco o nada tiene que ver con alegato alguno a favor de
la monarquía o de cualquier otro sistema político. Aquí la analogía
usada funciona por contraste, pues se trata de algo completamente
distinto. El pueblo que contempla de lejos no aclama, sino que primero
ha exigido la ejecución de Jesús (cf. Lc 23, 18), aunque, como indica el
mismo Lucas, después se duele de lo que ha visto (“se volvieron
golpeándose el pecho”). Las “autoridades civiles y militares”, son los
altos magistrados judíos y los soldados romanos, que insultan a Jesús,
tentándole, igual que el diablo en el desierto (“si eres hijo de
Dios…”), para que use el poder en beneficio propio. Los consejeros más
próximos son criminales, uno de los cuales también apostrofa al Rey
escarneciéndolo. El rey del que hablamos tiene por trono la cruz,
instrumento de tortura y ejecución para los criminales y los esclavos.
Incluso el letrero en escritura griega, latina y hebrea, anunciando
“éste es el rey de los judíos”, no deja de estar cargado de ironía, que
denigra no sólo al supuesto rey en su extraño trono, sino también (ahí
los romanos no perdieron la oportunidad) al pueblo que tiene un rey así.
La Iglesia y la liturgia, al decirnos que Jesús es Rey y que ha
vencido, nos presentan una imagen de esta realeza y su victoria que no
puede dar lugar a equívocos o asimilaciones.
El Reino del que habla Jesús, del que él mismo es el rey, no es de este
mundo, pero no es ajeno a este mundo. En la respuesta a la petición del
buen ladrón Jesús no hace como los burócratas de reinos y repúblicas,
que remandan la petición “ad calendas graecas”, sino que cursa la
solicitud inmediatamente: “hoy” estarás conmigo. Ese “hoy” quiere decir
que el Reino de Dios, el reinado de Cristo, ya ha empezado, precisamente
en la Cruz. Y nosotros, que oramos cada día para que ese Reino venga a
nosotros, podemos estar en él ya, hoy; a veces junto a la cruz (pues esa
es la llave de entrada), pero siempre en la esperanza de gozar después,
plenamente reconciliados, en el hoy eterno de Dios.