Venezuela más cerca que nunca

En este mes de octubre nuestra Provincia ha contado con la visita de nuestro hermano el P. José Gregorio González, quien ha aprovechado parte de su estancia para mostrar la situación que se está viviendo en Venezuela.
Según nos cuenta “la situación en Venezuela ha empeorado en los últimos meses, la pobreza se ha incrementado, hay un éxodo de venezolanos al exterior y muchas personas están desilusionadas, porque las esperanzas de cambio parecen alejarse.

El actual gobierno ha convertido a gran parte de la población venezolana en mendigos, es decir, personas que dependen de los subsidios del Estado. El gobierno ha generado dependencias, por ello hoy nos toca como hombres y mujeres de fe impulsar la promoción a las personas y despertar las capacidades dormidas, pues toda dependencia esclaviza. Es tiempo para luchar y trabajar por una Venezuela diferente, Santa Teresa de Jesús dice: “A tiempos recios, amigos fuertes de Dios”. No es tiempo para la lamentación, sino para la reconstrucción”.

Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

La pregunta del fariseo estaba llena de mala intención. Para ellos todos los mandamientos eran igualmente importantes. Todos debían ser cumplidos con el mismo rigor. Aquel fariseo, al preguntar a Jesús cuál era el mandamiento más importante, quería ponerlo en dificultades. Pero Jesús no tuvo miedo y respondió con claridad: todo se resume en dos mandamientos, amar a Dios y amar al prójimo. No hace falta más. Todas las demás normas dependen de estos dos mandamientos mayores. Y eso que escucharon con sorpresa los fariseos, nosotros tenemos que tenerlo hoy también presente. Todos nuestros deberes como cristianos se resumen en esos dos mandamientos: amar a Dios y amar a los hermanos. 

Pero, además, son dos mandamientos que están conectados entre sí. No son dos normas separadas e independientes. Más bien uno es condición del otro. O mejor el segundo es condición del primero. Sólo el que ama a sus hermanos ama a Dios. Y el que no ama a sus hermanos no ama a Dios por más que vaya muchas veces a misa o rece muchas oraciones o lea mucho la Biblia. Así que los dos andan bien juntitos y no se pueden separar. 

Y luego está el siguiente paso: aplicar esos mandamientos, sobre todo el segundo, el del amor a los hermanos, a nuestra vida práctica, a la vida diaria, a las relaciones con nuestros hermanos, con nuestra familia, con los amigos, con los compañeros del trabajo. Para saber hacer esa aplicación nos puede servir de ayuda la primera lectura de este domingo. En ella se nos dice que Dios quiere que se cuide especialmente de los extranjeros, de los huérfanos y de las viudas, de los pobres, de los que no tienen nada con que cubrirse. La lectura termina afirmando que cuando el pobre clame a Dios, “yo lo escucharé porque soy compasivo”. Es decir, amar a los hermanos, supone tener un especial cuidado de ellos en todas sus necesidades, especialmente de aquellos que son más pobres, más débiles, más indefensos. Atenderles, servirles, devolverles su dignidad, respetarlos, acompañarlos, eso es amar a los hermanos. Sólo el que hace eso –o al menos lo intenta seriamente– puede decir que ama a Dios.

Cuento: El misterio de las castañas

A Julio le encantaban las castañas. Eran sus frutos secos favoritos. Le gustaba comerlas crudas, asadas, cocidas, confitadas o en almíbar. De todas las formas posibles. De hecho, si le dejasen, las comería a todas horas. Cada año, Julio esperaba impaciente la época de las castañas.

Desde octubre y hasta mediados de diciembre, muchos fines de semana iba con sus primos al bosque a coger bolsas y bolsas que después repartía entre los vecinos. Muchas veces en su casa las usaban para preparar mermelada o crema para rellenar las tartas.

A veces montaba un pequeño puesto en la entrada de su casa y vendía cucuruchos de castañas asadas a las personas que pasaban por la calle. Como las vendía muy baratas casi todo el mundo le compraba y enseguida tenía que ir a casa a asar más. Le encantaba pasar las tardes así, disfrutando del olor de las castañas al salir del horno y charlando con la gente que se detenía en su pequeño puesto callejero.

Un día, recorriendo el interior del bosque en busca de castañas, Julio encontró algo muy extraño: un montón de erizos, la parte de fuera de la castaña, la que está plagada de pinchos. Lo realmente sorprendente fue que estaban vacíos. Julio sabía que cada erizo solía tener más o menos 2 o 3 castañas. Pero estos con los que se encontró estaban huecos. Ni rastro de las castañas que había ido a buscar.

Julio, que había ido al bosque con su primo y su tío Pablo, fue rápidamente a avisarles. Pronto pudieron ver lo mismo que había descubierto el niño. Ninguna castaña, ni en el suelo ni en los árboles. Fueron a avisar al guardabosques. Le explicaron lo que pasaba y le pidieron que les ayudase.

El hombre les comentó que a veces las ardillas se llevaban muchas castañas, pero que en este caso era raro, porque no había ninguna. Llamó a la policía porque el bosque era muy grande para recorrerlo él solo. Al cabo de 3 horas mirando en cada rincón, encontraron la respuesta a todo el misterio. Una nueva fábrica de dulce de castañas se las había llevado todas para aumentar la producción. Habían empezado a vender su dulce en otros países y tenían que fabricar muchos tarros al cabo del día.

Al final, los dueños de la fábrica entendieron que no podían llevarse todas las castañas del bosque porque la gente del pueblo también quería cogerlas. Llegaron a un acuerdo para repartirlas. Un acuerdo justo para todos que a Julio le permitió volver a comer castañas cada otoño y a pasar tardes divertidas en el bosque recogiéndolas.

CINE: THE FIGHTER

Basada en la historia real de Dicky Eklund y Micky Ward. Ekulnd es una vieja gloria del boxeo, que, víctima de la adicción al crack, ve truncada su carrera demasiado pronto. Años más tarde pasa el tiempo entrenando a su hermano Micky, asesorado por la madre de ambos. Sin embargo, las malas decisiones, la inconstancia y la vida desordenada de Dicky impiden que la carrera del hermano menor despegue. Hasta que entra en la vida de Micky Charlene, una camarera que le anima a tomar las riendas de su carrera y poner distancia con su familia.




Música: Pequeña gran revolución

"La inocencia, la capacidad de superar nuestros límites o la atención para servir a los demás son sólo algunos de los efectos de la «revolución de la ternura» que trae consigo la amistad con Jesús. Se trata de una revolución serena, pacífica, sin violencia ni reproches, y que tantas veces se realiza en lo escondido. Pequeña, tal vez, pero enormemente beneficiosa para volver a poner a las personas en el centro".

Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

En la sociedad pagamos impuestos y tasas. Muchos. Muchas veces. Pero, abramos los ojos a la realidad, los más altos impuestos no son los que pagamos al Estado para que construya mejores carreteras, atienda las escuelas y la salud pública, financie nuestra seguridad, ayude a los más necesitados y tantas otras cosas necesarias que sólo el Estado puede y debe hacer. Hay muchos otros impuestos que no pagamos en dinero pero que son también muy importantes. ¿Cuántas veces por respetos humanos no nos atrevemos a decir lo que de verdad pensamos? Y preferimos callarnos, guardar silencio. Ahí pagamos un impuesto muy alto, vendemos nuestra propia autenticidad, nuestra libertad, nuestra dignidad. Todo con tal de que los demás nos sigan aceptando, toda para adaptarnos a ellos. 

Pagar el impuesto al César no era sólo darle la moneda. Era hacerse siervo del César, obediente a sus normas. Era ser su esclavo. Por eso Jesús pregunta con ironía de quién es el rostro que figura en la moneda. Si es del César es que hay que devolvérselo al César. Pero al César hay que darle sólo el dinero no la vida ni el honor ni la libertad. Todo eso pertenece a Dios y nada más que a Dios. La vida, el honor y la libertad son los dones que Dios ha puesto en nuestras manos. Es nuestra responsabilidad devolvérselos a Dios acrecentados, cuidados y llevados a su plenitud. Ése es el impuesto que nos ha preparado Dios: que llevemos nuestra vida y nuestra libertad a su plenitud. 

Hoy el Evangelio nos plantea una cuestión básica: ¿a quién servimos? ¿A quién pagamos los impuestos más valiosos? Y sigo sin referirme a los que pagamos al Estado. Esos son necesarios. Esos los pagamos con dinero. Lo malo son los impuestos que pagamos a lo qué dirán los demás de nosotros o al egoísmo. Esos los pagamos con nuestra libertad, renunciando a ella. Al final terminamos siendo esclavos de esos señores. Y renunciamos a los mejores bienes que Dios nos ha dado: la libertad y la vida. 

Jesús nos pide que no nos olvidemos de dar a Dios lo que es de Dios. La vida que vivimos, la vida de nuestros hermanos, la libertad a que estamos llamados, todos esos son los dones de Dios. Le pertenecen. Y al final, cuando llegue el último momento, se los tendremos que devolver, acrecentados, llevados a plenitud. Mi vida y la de mis hermanos y hermanas. Mi libertad y la de mis hermanos y hermanas

Cuento: El país de los pozos

Era el país de los pozos. Cualquier visitante extraño que llegara a aquel país no vería más que pozos: grandes, pequeños, feos, hermosos, ricos, pobres... Alrededor de los pozos apenas se veía vegetación; la tierra estaba reseca.

Los pozos hablaban entre sí, pero a distancia; siempre había tierra de por medio. En realidad, lo único que hablaba era el brocal: lo que se ve a ras de tierra.
Y daba la impresión de que, al hablar, sonaba a hueco. Porque claro, procedía de lugares huecos...

Como el brocal estaba hueco, en los pozos se producía una sensación de vacío, vértigo, ansiedad...

Y cado uno tendía a llenarlo como podía: con cosas, ruidos, sensaciones raras, y hasta con libros y sabiduría...

Entre los pozos los había con un gran brocal en el que cabían muchas cosas.

Otros tenían un brocal pequeñito, pero también cabían cosas.

Las cosas pasaban de moda: entonces los pozos las cambiaban, y continuamente estaban llenando el brocal de cosas nuevas, diferentes... Y quien más tenía era más respetado y admirado...

Pero, en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco y sediento...


¿He dicho “en el fondo”?

Bueno, sí: la mayoría, a través de los entresijos que dejaban las cosas, percibían en su interior algo misterioso... sus dedos rozaban en ocasiones el agua en el fondo.

Ante aquella sensación tan rara, unos sintieron miedo y procuraron no volver a sentirla.

Otros, encontraban tanta dificultad a causa de las cosas que abarrotaban el
brocal, que se rindieron pronto, y optaron por olvidar aquello que había “en el fondo”.

También se hablaba –en la superficie– de aquellas “experiencias profundas” que muchos sentían... Pero había quien se reía, bastantes, y decían que todo eso eran ilusiones... que no había más realidad que el brocal y las cosas que entraban en el hueco.

Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia dentro... y, entusiasmado con aquella sensación que experimentaba en su profundidad, trató de calar más.

Como las cosas que había ido acumulando le molestaban, prefirió librarse de ellas, y las arrojó fuera de sí. Y el ruido lo fue eliminando, hasta quedarse en silencio.

Entonces, en el silencio del brocal, oyó burbujear el agua allá abajo... y sintió una paz enorme, una paz viva, que venía de la profundidad.

Y ya no eran sólo las manos, sino los brazos, y... todo el pozo, el que se refrescaba y saciaba su sed en el agua.

Entonces el pozo experimentó que “aquello” justamente era su razón de ser; allí, en el fondo, se sentía él mismo. Hasta entonces había creído que el ser pozo era el tener un gran brocal, muy rico y adornado, bien lleno de cosas.

Y así, mientras otros pozos trataban de agrandar su brocal, para que el hueco fuese mayor y cupieran más cosas, éste, buceando en su interior, descubría que lo mejor de sí mismo estaba en la profundidad, y que era “más pozo” cuanto más profundidad tenía...

Feliz por su descubrimiento, intentó comunicarlo, y comenzó a sacar agua de su interior, y el agua, al salir fuera, refrescaba la tierra reseca y la hacía fértil y pronto brotaron las flores alrededor del pozo.

La noticia cundió enseguida. Las reacciones fueron muy variadas: unos se mostraron escépticos ante el descubrimiento; otros sintieron la nostalgia de algo que, en el fondo, también ellos percibían. Otros despreciaron aquel “alarde de poesía”, como lo llamaron. Hubo a quien le pareció una pérdida de tiempo aquel trabajo de sacar agua de su interior...

Y la mayoría optó por no hacer caso, pues la verdad es que estaban muy ocupados rellenando de cosas el brocal, y ya se habían acostumbrado a la satisfacción que el tener les producía, y se sentían a gusto en el ruido, y estaban contentos con las sensaciones que experimentaban desde fuera...

Sin embargo, algunos intentaron la experiencia, y, tras liberarse
de las cosas que les rellenaban, encontraron también el agua de su interior.

A partir de entonces las sorpresas para éstos fueron en aumento: comprobaron que, por más agua que sacaban de su interior para esparcirla en torno suyo, no se vaciaban, sino que se sentían más frescos, renovados...

Y, al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello mismo que era su razón de ser: el agua.

Así comenzó una comunicación “a fondo” entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser límites infranqueables. Se comunicaban “en profundidad”, sin importarles como era el brocal de uno o de otro, ya que eso era superficial y no influía en lo que había en el fondo.

Eso sí: en cada pozo el agua adquiría un sabor, incluso unas propiedades distintas: era lo característico del pozo.

Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían en su profundidad llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar... y bucearon siguiendo la corriente del agua...

Y descubrieron... ¡el manantial!

El manantial estaba allá lejos: en la gran Montaña que dominaba el País de los Pozos, que apenas nadie percibía su presencia, pero que estaba allí, majestuosa, serena, pacífica... y con el secreto de la vida en su interior.

La montaña había estado siempre allí: unas veces apenas visible, entre brumas; otras veces radiante, siempre vigilante y dándose cuenta de todo lo que ocurría en torno suyo...

Pero los pozos habían estado muy ocupados en adornar su brocal, y apenas se habían molestado en mirar a la montaña.

La montaña también había estado siempre aquí, en la profundidad de cada pozo, porque su manantial llegaba hasta ellos haciendo que fueron pozos.

Desde entonces, los pozos que habían descubierto su ser, se esforzaban en agrandar su interior y aumentar su profundidad, para que el manantial pudiera llegar con facilidad hasta ellos...

Y el agua que sacaban de sí mismos hacía que la tierra fuera embelleciendo, y transformaban el paisaje...

Mientras allá fuera, en la superficie la mayoría seguían ocupados en ampliar su brocal y en tener cada vez más cosas.

CONTIGO, AYUDAR A LOS DEMÁS, ES POSIBLE

Desde nuestra Provincia lanzamos una nueva campaña enfocada a captar fondos para aquellas personas más necesitadas y débiles, cuyo lema es “Contigo ayudar a los demás es posible”. 

A través de la plataforma digital www.hazlatirelcorazondelmundo.com pretendemos ser una ayuda para las personas que están sufriendo alrededor del mundo.
En esta ocasión hemos prestado especial atención al pueblo venezolano que está viviendo un tiempo complicado con escasez de medicinas y alimentos. Allí los religiosos Dehonianos están realizando una labor encomiable facilitando comida y medicamentos, y dando apoyo pastoral. No podemos dejarlos solos, ¡Venezuela nos necesita!

Además, ponemos en valor los diferentes proyectos que llevamos a cabo en Ecuador, India, Uruguay… así como su programa de Apadrinamiento de Niños, Voluntariado y Testamento Solidario.



DOMUND 2017

El próximo 22 de octubre la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Misiones, es el Domund, una jornada misionera en la que de un modo especial, la Iglesia universal reza por la misión y los misioneros y colabora con ellos.

El lema del Domund de este año: “Sé valiente, la misión te espera” invita a ser valientes y comprometerse a fondo con la labor misionera de la Iglesia.
“Sé valiente”. El papa Francisco invita continuamente a retomar la audacia del Evangelio. Coraje y valentía para salir de nosotros mismos, para resistir la tentación de la incredulidad, para gastarnos por los demás y por el Reino, para soñar con llegar al más apartado rincón de la Tierra.

Con la Jornada Mundial de las Misiones, Domund, se apoya económica y espiritualmente a los territorios de misión, aquellos lugares del mundo donde el Evangelio está en sus comienzos y la Iglesia aún no está asentada. Estos territorios están confiados a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, y dependen de la labor de los misioneros y del sostenimiento económico de las Obras Misionales Pontificias (OMP) de todo el mundo.

¡20 años en Ecuador!

Un 15 de octubre de 1997, los Dehonianos volvimos a Ecuador a desarrollar nuestra misión. Continuábamos así la primera misión de los Padres Reparadores en tiempo de nuestro fundador, el P. Juan Leon Dehon. En este país sudamericano comenzó el movimiento misionero de la Congregación SCJ cuando en noviembre de 1888 los dos primeros misioneros, los padres Ireneo Blanc y Gabriel Grison, partieron a esa tierra.

Sin embargo, tras varios acontecimientos, fueron expulsados de Ecuador en junio de 1896 por el Gobierno Liberal de Alfaro al estallar una revolución anticlerical en el país. Cien años después, en 1997, los Dehonianos volvimos a ecuador.

En concreto, tres religiosos españoles: el P. Ramón Soriano, el P. Artemio López y el H. José Mª Urbina, acompañados por el Padre Provincial, el P. Aquilino Mielgo Domínguez, fueron destinados a este país, siendo Bahía de Caráquez (Manabí) el lugar escogido para asentarse.  Con el paso de los años se fueron incorporando más religiosos españoles y brasileños.

Los inicios no fueron fáciles, ya que les sobrecogió el fenómeno El Niño, que les obligó a partir a Leonidas Plazas ya que se inundó el semi-sótano donde se alojaban. A pesar de los momentos adversos, los Dehonianos siempre hemos estado allí para ayudar a las personas más necesitadas.

Quito y Bahía de Caráquez son las ciudades donde se centra nuestra misión. Allí trabajamos en comedores sociales, el proyecto de apadrinamiento de niños, ayuda a ancianos con el Centro de Día Sagrado Corazón, ayuda a jóvenes con el Centro de Formacón Domus Cordis, ayuda a quien vive en la calle con Callejeros de la Fe…
En el último año hemos prestado especial atención a la construcción de casas para poder dar un hogar a todas las familias que lo perdieron todo en el terremoto de abril de 2016.
Ya son veinte años al lado de los más vulnerables, veinte años dando apoyo a quien nos necesita en su día a día, y seguiremos trabajando para que sigamos cumpliendo años de nuestra misión en Ecuador.

Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Cualquier campesino nos podría hablar largo y tendido de lo que significa de verdad cuidar los campos. Son muchos los trabajos, las preocupaciones, los sudores que se lleva consigo una buena cosecha. Es como hacer una inversión a largo plazo y con mucho riesgo. Porque hay una serie de elementos que el dueño de la tierra no es capaz de controlar. Por su parte puede poner todo el trabajo y cuidado posible. Pero no puede controlar el clima, las heladas o las sequías. Tampoco puede controlar cómo van a trabajar los empleados. Al final, todo se tiene que confiar un poco a la providencia, a la mano de Dios. No puede ser de otra manera. Cualquier campesino nos lo dirá.

El Evangelio de hoy cuenta la historia de un terrateniente que quiso cuidar sus campos. Los cuidó lo mejor que pudo. Pero se tuvo que ir y los trabajadores que dejo al cargo de la viña se creyeron que eran los dueños. Quisieron quedarse con los frutos. Hasta el punto de que, cuando el amo envió a sus criados a buscar la cosecha, los mataron. Se atrevieron a matar incluso a su hijo. El señor se enfadó y con razón. 

Miremos nuestras manos y nuestras vidas. La humanidad, nuestra familia, nuestra vida es la viña del Señor. La ha creado y cuidado con amor. Y la ha puesto en nuestras manos. Somos responsables de recoger la cosecha, de vivir nuestra vida en fraternidad, en amor, en comprensión y en justicia. El fruto que Dios quiere es la vida del hombre, es nuestra vida. No somos dueños de ella. Es un regalo que Dios nos ha dado y que nos pide que cuidemos de él con amor, que lo hagamos crecer en libertad y fraternidad.

Encuentro de la Familia Dehoniana

¿Te has inscrito ya en el I Encuentro de Familia Dehoniana? El 24 y 25 de febrero de 2018 vamos a disfrutar de una jornada donde todos tenemos cabida. ¡Nos une una pasión, la pasión del corazón! 


 

Con el corazón en el domingo

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Después de unos domingos en los que las lecturas acentuaban el aspecto de la misericordia de Dios, de su acogida y perdón, pidiéndonos a nosotros hacer otro tanto, este domingo la lectura del Evangelio nos hace pensar en nuestra responsabilidad. La conocida parábola de los dos hijos, el que dice que no va y luego va y el que dice que va y luego no va, nos hace recordar un conocido proverbio: “Obras son amores que no buenas razones”. 

Es que algunos piensan que la bondad, misericordia y amor de Dios son razones que justifican cualquier cosa que hagamos. Si Dios es así, se dicen, entonces da lo mismo que nos comportemos bien o mal, da lo mismo que trabajemos en la viña o que la dejemos abandonada. Los que así piensan no han salido todavía de una mentalidad ajustada a la ley. Los que viven bajo la ley, se ven forzados a cumplirla. La policía y los jueces se encargan de vigilar que todos cumplan la ley y de castigar a los que no la cumplen. Pero cuando el vigilante mira para otro lado, entonces los que viven bajo la ley se sienten libres. Piensan que pueden hacer lo que quieran. Y ordinariamente se dedican a hacer lo que está prohibido. No se piensa mucho qué es lo que se está haciendo. Lo más importante es el placer de quebrar la norma, de burlar al vigilante. La consideración de si lo que hacen en ese momento es bueno o malo no tiene ninguna importancia. Aunque a veces eso que hacen sea perjudicial para ellos mismos. 
 
Jesús nos invita a dar un paso adelante. Los cristianos ya no estamos bajo la ley sino bajo el amor. Dios no es un vigilante atento a que cumplamos la ley sino un padre que nos acoge y nos empuja a tomar las riendas de nuestra vida. Lo que debemos hacer lo haremos por nuestra voluntad no por que alguien nos controle desde fuera. En el contexto del amor de Dios es donde nuestra libertad y nuestra responsabilidad cobran sentido. No hay nadie que mida y cuente nuestros fallos para castigarnos, pero sí hay alguien que con todo el cariño imaginable, Dios nuestro Padre, nos anima a que crezcamos y maduremos como personas.